Leer, no es dulce como el chocolate, ni amargo como la cerveza, pero sí una adicción, de la que me declaro culpable. ¿Cómo caí? Fue de niña. No fue por la gramática que se nos hace tan atractiva de pequeños (si, claro) o esos libros clásicos de Miguel A. Asturias del hombre que lo sabía Todo, Todo, todo… Fue más bien en la mera infancia, tengo que viajar a esa linda edad de seis años.
Fue un encuentro un poco tortuoso, entre el odio y el amor, porque no fue fácil. Me llegaban las ocho de la noche y mi madre al lado con casi deseos de leer por mí le tenía paciencia a mis lágrimas. Yo no tenía idea de lo que esos garabatos significaban, mucho menos cómo se pronunciaban, ni hablar de unirlos para producir una palabra.
Pero noche tras noche, algo hizo que la “chispa del amor” diera fruto. Nos fuimos entendiendo y teniendo confianza, me daba la historia y tenía que poner de mi parte para echar a andar la imaginación. Todo empezó a tener claridad, asociar los dibujos con las palabras y memorizar un poco cada garabato, fácil.
No fue amor a primera vista, pero con el tiempo logré concentrarme más y descubrir que si me abstraía podía viajar desde mi habitación a un castillo, una casa en el campo, una granja, un tren en Canadá, presenciar un ataque en Vancouver y muchas historias que aún siguen en mi lista de espera para que pueda transportarme a una especie de vida alterna a la que tengo. Decidí tomar desde muy joven esta adicción pacífica, que no daña casi a nadie, (un minuto de silencio a tanto árbol que elabora el papel de las páginas que leo) a excepción de mi vista. No produce cáncer de pulmón o de hígado, ni separa a las familias y/o amigos, al contrario considero que las une cuando han leído un mismo libro y no hay límites para la imaginación en pareja o grupo.
Un buen libro, cualquiera que sea su contenido no puede estar completo sin un buen separador. Mi primer separador me lo dio mi madre en primaria y desde entonces es como el accesorio del libro que no debe faltar. Se ha vuelto una colección anexa a la de los libros. Fue una frase que tenía ese separador de Snoopy que me hizo reflexionar: “con un libro no es necesario esperar un comercial para ir a la cocina por un bocadillo” desde allí reafirmé mi adicción a los libros, porque ejercita tu mente a diferencia del televisor y su plus: soy dueña del tiempo que me tomo para leerlo o no. No tengo que esperar la próxima semana para el siguiente capítulo y las imágenes las hago en mi mente a mi manera.
Por último, si existe una adicción al libro, también a los considerados bares de libros: las librerías. Cada librería tiene su personalidad y ya se que atrae por su encantador desorden de pilas de libros o su moderno estilo de clasificación. Da tristeza ver que en nuestro país la mayoría de libros están a precios más altos que nuestros países vecinos y a veces sólo se sale a “window shopping” de libros y se regresa a casa sin nada, pero con ganas de ahorrar para ese libro tan atractivo y posiblemente perfecto para una tarde en casa, con la lluvia de fondo y una buena taza de chocolate. Y sólo nos queda decir: pronto, pronto te tendré en mis manos. Nunca pierdo la esperanza…
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