domingo, 12 de septiembre de 2010

Una desdichada siesta.

Ya estaba oscuro y la noche corría por las venas. ¿Sueño o realidad? No importaba, no se podía mover. Quería hacer algo pero el cuerpo no respondía. No le entró la desesperación, estaba demasiado cansada para pelear con la nada. Cerró los ojos o creyó cerrarlos.


Miró distraída al entorno de su interior. ¿Qué veía? Nada. Se asustó. ¿Cómo era posible? ¿Quién se había robado la imaginación? Ya era tarde, la oscuridad había alcanzado su mente. Remojó el vacío con sus lágrimas, se sentía desdichada y húmeda.

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