viernes, 17 de septiembre de 2010

Caperucito Rojo

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Erase una vez un niño de ocho años, que vivía con su mamá y dos hermanas. La hermana más pequeña tenía cuatro y la otra tres. Jugaban día y noche, cuidando siempre de ellas mientras mamá se iba al trabajo. Casi no la veían, incluso el fin de semana.

El niño extrañaba a su mamá, pero sabía que él y sus hermanitas tenían que comer. Para pasar el tiempo, dentro el gran cuarto donde habitaban, tenían grandes aventuras. Una vez imaginaron estar en una nave espacial y se dirigían hacia un planeta lleno de dulces que ni en la tierra existían. También había un sinfín de toboganes que llevaban a una piscina de chocolate. Vencieron vikingos espaciales y atravesaron más de 27 lunas azules malolientes, para disfrutar caramelos y paletas sabor mantequilla, tortilla y frijol. Cuando estos tres se mezclaban, era un manjar de dioses.

Día a día, había una aventura nueva por descubrir. Si no era en el lejano oeste para cazar el ala de pollo más grande y mala del pueblo, era en el océano para combatir tiburones y encontrar la cama más cómoda del mundo.

Un día su madre lo llamó y le dio una misión. Tenía que salir del cuarto de bártulos y entregar un paquete a su abuelita. La madre se miraba nerviosa y no dejaba de fumar, mientras caminaba de un lugar a otro. Ella lo alistó y le puso una sudadera roja, que por cierto le quedaba algo grande. Y dentro una pequeña mochila introdujo el paquete y golosinas.

Él se sentía nervioso y feliz, porque no conocía a su abuelita y llevar el paquete sería toda una excursión. Le dio instrucciones sobre cómo llegar y mientras lo hacía una lágrima corrió por su rostro hasta llegar al sudadero del niño. Se impregnó como un recuerdo en la tela y le plantó un gran beso en la frente. Al pasar por la puerta un hombre estaba allí, recostado y lo observaba muy serio. El niño no le dio importancia y siguió a la aventura. Salió sonriendo, casi no salía de casa y la refacción que llevaba le hacía agua la boca. Gaseosa y golosinas, lo animaban más.

Al salir el sol del medio día le pegó en los ojos y le fue difícil ver, buscó sombra en las casas y se dirigió a la salida del callejón.
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