miércoles, 28 de abril de 2021

El nervio óptico

 


El nervio óptico


Título: El nervio óptico

Autora: María Gainza

Puntuación: 5/5

Fecha de publicación: 18 de octubre 2017

Editorial: Anagrama

palabras clave:  colores, cultura, fluir de la conciencia, recuerdos, Historia del Arte


«Inaugura un género donde confluyen límpidamente la historia del arte y la crónica íntima... Una voz narrativa que parece capaz de todas las proezas estilísticas» (Ernesto Montequin).


Quisiera leer este libro en cada uno de los museos donde habitan las obras que la autora menciona. En un país donde la proporción de museos por densidad poblacional es risible y hay más centros comerciales que transeúntes por metro cuadrado, agradezco que ahora puedo visitar el Google de arte y cultura. Sobre todo porque existe una alta probabilidad de que jamás vea en persona las obras que la autora describe.


El modo en que presenta pinturas reconocidas no es pretencioso, al contrario las introduce de forma natural en sus recuerdos, podría decir que en un fluir de la conciencia. Mi cerebro emplea mucho tiempo en pensar en cosas distintas de lo que estoy viviendo y lo mismo sucede en cada cuento que construyó Gainza. Soy fanática de la narrativa desarticulada, pero que te deja con dudas, conexiones entre una papa y un cuadro con colores semejantes a un puré, aprendizajes inútiles (para esta sociedad) y sentires encarnados en el centro del estómago. Admiro sus capas narrativas de ideas y vivencias interconectadas, asocia ciertos momentos de su vida, bastante visuales, junto a detalles históricos de obras de arte y sus autores.


Mientras leía pensé en temas de economía naranja en Guatemala y su inversión en bienes culturales tangibles e intangibles. De acuerdo a ciertos personajes de la autora «Ellos sostienen que en Buenos Aires solo hay obras de segunda categoría, obras menores de grandes artistas.» De ser así ¿qué tipo de categoría manejamos aquí? Me entorpecen las categorías y elitismos, me apasiona más el arte no tradicional e independiente, pero de seguro que no me enojo si algún día viera El sueño, una de las grandes pinturas de Rousseau que está en el MoMA de Nueva York.


Mi recomendación es leer despacio y tomar recesos entre las historias. No quiero mencionar a los artistas para no arruinar la sorpresa, pero sí puedo decir que me entretuve con las paletas de colores y con frases existenciales como esta «¿Acaso una buena obra no transforma la pregunta “qué está pasando” en “qué me está pasando”? ¿No es toda teoría también autobiografía?» Cierro la pestaña con las pinturas que en ella habitaban. Están a un simple click, pero la sensación no es la misma. Me quedé con una espinita, de las buenas, como me gustan.


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