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Primera parte: 7, 8 y 9 de octubre
Las sombras se movían entre árboles, casas y automóviles, se arrastraban al acecho de cualquier alma perdida en la noche. ¡Alertas! Siempre alertas del entorno material, al cual codiciaban llegar. Bajo las estrellas se daba un festín de esas sombras, definitivamente caminar no era seguro.
Corrí lo más rápido que pude hacia el primer callejón de la calle y entré en él. Estaba oscuro, húmedo y sucio, pero me fue necesario ingresar por la desesperación de huir. Trataba de no respirar fuerte y caminaba lánguidamente hacia la puerta del final. Escuché unos pasos acercándose y me escondí detrás de un basurero. Las pisadas continuaron sin detenerse y me mantuve unos minutos, escondida, atenta y esperando lo peor. Con tal de estar segura de que ya no hubiera peligro cerca, el olor a basura se hizo soportable. Sabía bien que si me encontraban... me mataban. No era fácil salir de noche a la calle, siempre esa codicia material inundaba la neblina, a la llamaba la época de lluvia.
Estando ya en la puerta di dos pasos atrás y todavía dudé en tocar. -Este es el lugar-, me dije. Toqué tres veces seguidas, no hubo respuesta. Quizás pasó un segundo, pero se sintió una hora. Se escuchaba cómo alguien quitaba candado por candado y llave. La puerta se abrió y me quedé sin aliento. Una cabeza con una cabellera negra se asomó. ¡Me perdí en sus ojos¡
Me vio con desconfianza y luego vio a los lados, se cercioró que no hubiera nadie más. El miedo estilaba de su rostro y cuando se detuvo en mi mirada, tomó mi brazo haciéndome entrar sin preguntar nada. Estando adentro, aún sin decir nada, cerró la puerta. Dos cerrojos y un pasador, una puerta de metal descascarada y oxidada.
- ¿Cómo te vienes de noche?
¡Esos ojos se dirigían hacia mí¡ No sabía qué decir, tenía razón. Los perros ladraban, algún otro disparo se escuchaba a lo lejos y en medio de aquella sociedad extraña me había atravesado kilómetros para verlo. La paz sólo existía en papel y en recuerdos, nada era seguro. Continuaba con la vista en sus mirada tan seria, molesta, que escondía alegría de verme. No dije nada, seguía enamorada, sólo lo abracé y la noche continuó.
Hubo un momento de silencio, bajé mi mochila y Tom cerró la puerta. Hizo un ademán para que me sentara. Cuando estuvimos en el sillón nos abrazamos muy fuerte y una lágrima rodó por su mejilla.
-Qué bueno que me encontraste- sursuró.
No nos movimos en toda la noche de allí. No hablamos, no necesitábamos palabras para saber cómo nos sentíamos.
-Puedes quedarte en mi cama y yo estaré en el sofá.- Dijo, mientras cerraba las cortinas de la ventana.
Desperté apenas cayendo el atardecer. Era una noche nueva y estando con él me encontraba más segura. Mientras sentía su olor en todo lo que me rodeaba, me vino el recuerdo de cómo lo había conocido...
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