Los palacios de mi subconsciente siguen trayendo el espectáculo más insólito que mis ojos humanos despiertos jamás podrán contemplar. Es un rico vivero de imágenes con sensaciones que yo misma encajo con pequeños destellos diferentes. Sólo modifico la posición de la luz, la persona que me acompaña o las tragedias que germinan durante mi recorrido.
Empiezo en una carretera boscosa, con unas cuantas aceras descuidadas de retazos de barrios que he visto en la ciudad. Sonidos cambiantes de transeúntes empiezan a volverse frágiles ante los ruidos de los pájaros y el silencio. Las hojas caen, las ramas se golpean entre sí mientras sigo caminando por el sendero asfaltado. Paseo entre subidas y bajadas. A veces acompañada por mi madre otras veces sola. Las personas que no logro identificar, que salen de repente, salen despedidas hacia los árboles. Me encuentro entretenida. Feliz, esta vez sin sospechar de la felicidad como siempre lo hago. En el mundo real suelo caminar contenta con un ojo adelantado en cada esquina esperando que se asome alguna desgracia. Porque ¿quién puede vivir por tanto tiempo con auténtica felicidad?
Las originales flores violeta o azules aquí no existen. Pero si observo alguna planta tiene mis verdes favoritos, no pienso en nada más que la apreciación del bosque y sigo multiplicando pasos. La luz se filtra por pequeños espacios mientras va cambiando de amarillo a naranja. Es el atardecer aficionado a que lo observe.
Los acabados de mi bosque me enorgullecen. Lo he soñado incontables veces que ya se ha encargado de aplicar más de millones de detalles que se me han de ocurrir mientras maquino otras ideas de día. No tengo noción del tiempo sólo sé que estoy lejos pero del otro lado en alto veo mi casa como una hormiga. Tengo que seguir caminando. No me exijo nada, ni me desconcierto ante nada. No existe nada más que el bosque con el sendero. Ni siquiera me dedico a compararme entre la yo de ahora y la de antes. Mucho menos le pongo atención al futuro inmediato.
Veo la forma de los principios. De lo claro. Veo cómo una suave llama flota para meterse en el pecho porque está en un sendero conocido que amo tanto. Floto en la mente entre siluetas de árbol, de montaña, tampoco tanto porque siento los pies. Tengo sentimientos que puedo pronunciar. Más cerca distingo el gran puente de madera que destaca sobre las hojas. A veces está desgastado. Esta vez le faltan tablas y aún así lo puedo pasar sin preocuparme por caer.
Del otro lado hay dos casas que me parecen asombrosas. Están abandonadas. Una hecha de concreto más majestuosa que la otra, que es una cabaña. Ambas valen tanto la pena y está anocheciendo. Jamás me decido por ninguna. Sólo decido acampar entre las dos para resguardarme del frío.
De repente, me parece brillante y bastante fresco despertarme ya en la carpa al otro día. Tengo decidido que debo seguir la ruta todo continúa en bajada y termino en un bar improvisado entre pequeñas casas de madera. Veo el menú, brindo sola. Me siento débil entre más personas de ese bar que está lleno. Tienen tantas características que le exigen a mi mente pensar demasiado. Cuestiones de indecencia por la falta de autenticidad, me invade la desconfianza y percibo otras inclinaciones particulares entre las interacciones que tanto detesto. Risas falsas. Movimientos para llamar la atención. Palabras que borbotean de varias bocas al mismo tiempo. El nombre de uno se hace saber. El bosque se apagó. Me encierro de nuevo entre la civilización.
Despierto.
miércoles, 29 de julio de 2015
Sueño del último miércoles de julio que para mí es sábado
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