Un día los escritores apolíticos de mi país no serán cuestionados por su brillante recorrido. Los hombres ya pobres del pueblo, les preguntarán sobre lo que escribieron cuando la patria necesitaba testigos de su muerte dolorosa y lenta, llena de sangre. Esperando notas, opiniones, crónicas e historias que elevaran al máximo la esencia de la existente impunidad.
No serán interrogados por el dinero que ganaron en certámenes, ni reconocimientos, mucho menos del color de sus máquinas de escribir.
Ni de sus gustos por el buen vino por las noches, tampoco sobre sus estériles berrinches y problemas existenciales con la nada, ni de sus palabras rebuscadas.
No se les interrogará por los análisis literarios clásicos, ni sobre el asco que sintieron de sí.
Ese día vendrán los hombres sencillos a preguntarle a los hombres de letras de oro falso, si sirvieron de algo más que decoración para sus floreadas historias. Más que fondo de una calle imaginaria. Si fueron más que decoración de esos libros que los hicieron viajar, a los pomposos y rimbombantes escritores apolíticos.
Esos que tuvieron hombres y mujeres humildes para limpiarles el vómito después de las copas extra de vino de honor por sus letras falsas de oro. Esas letras suicidas y no narradoras de homicidios, los hombres y mujeres sencillas les preguntarán ¿Qué hiciste cuando los pobres sufrían, y los mataban?
Esos escritores bañados de oro entre ellos mismos, de mi país, no podrán decir nada. Pues la goma, que sentían desde sus hogares en una triste esquina suicida, los nublará.
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