Uno de mis sueños de pequeña era ser bibliotecaria, por supuesto que también quería ser astrónoma, arquéologa y escritora, pero la vida me llevó a elegir sociología.
Sin embargo, las actividades que realizo en mi tiempo libre siempre me llevan a los libros o a una biblioteca. En el 2015 me invitaron dar una charla en la biblioteca de la Universidad de San Carlos de Guatemala donde abordé temas de logística, temáticas y experiencias personales que se tienen que tomar en cuenta al momento de crear un club de lectura.
Por supuesto que cinco años después veo a los clubes de lectura con otros ojos, he agregado detalles y algunos elementos los he ido modificando. Ahora creo en la creación de colectivos de lectura, en su descentralización de zonas urbanas, abogo para que sean horizontales, sin moderadores, ni temáticas.
En ese entonces hice énfasis en su temporalidad y la importancia de continuar a pesar de que solo lleguen de dos a tres personas. Siempre empiezo con la anécdota de que en el primer club de lectura que organicé no llegó nadie. Se presentó mi amigo Fernando de ese entonces para apoyarme, pero no había leído el libro. Pensé en una temática académica: lecturas de ciencias sociales, y el primer libro seleccionado era Rebelarse vende. Porque creía que a los demás les iba a gustar. Estaba equivocada.
La lectura compartida es un tema extenso, extrae horas de investigación y muchas veces no tienen en cuenta que detrás de una reunión existen horas invertidas para generar el contenido que se va a discutir, la publicidad para que las personas que leen asistan y las estrategias para que las personas continúen llegando a pesar de no haber leído. No digamos del espacio, la adquisición de los libros y encontrar ese "click" entre las personas que asistan, sin que terminen peleando o discutiendo temas que polaricen al grupo.
Agradezco a Gladys Tobar por su invitación.
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