viernes, 3 de junio de 2011
Danza con letras
jueves, 2 de junio de 2011
En un lugar de la mancha
En un lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los lanza en astillero, adarga antigua, rocín flanco y galgo corredor. Hoy, solo vive en mis recuerdos; tiempos mozos de aventuras, casi perfectas, cerca de ser reales.
Esos mismos recuerdos me hicieron deambular por todo el hogar. Su muerte acarreaba, aún, heridas imposibles de borrar de la memoria. Sentí el impulso de entrar a esa habitación, esperando ver su rostro. Quizás, me atrajo su recuerdo o su fantasma y me fue imposible no entrar. Las libreras cubrían cada pared y todavía estaba su vieja máquina de escribir. El polvo y la humedad se habían apoderado del lugar, pero aún era territorio de Miguel. Lo revelaban sus fotografías, plumas, cuadernos y papeles viejos por doquier.
Al palpar de nuevo la cubierta de los libros. Les confesé desde mis entrañas que aún estaba enamorada de su dueño. Percibí, o más bien quise creer, que sus páginas aún escondían su alma y ésta bailaba para mí. Letra por letra sedujeron mi vista y echaron a andar mi ya podrida imaginación. Me excitó la idea, me dejé llevar lo confieso, les hice el amor y cada uno penetró mi mente. Hasta que el viento se escurrió por las ventanas del balcón y se unió a la fiesta. Revolvió mi olfato con una dulce especialidad del día, la lluvia; decidida, bastante delicada y sin intención de terminar. Con esa posición y sin quererle discutir preferí quedarme allí, no salir para nada.
Ataqué con todo mi cuerpo uno de los sillones más cómodos de la habitación, pensando que hace años no sentía de nuevo ese sabor de erotismo y excitación por los libros. Con un poco de nostalgia, tristeza y nebulosa razón, pensé en elegir uno escrito por él, que más allá de releer la historia, la intención era viajar al momento de su construcción. Ese momento cuando él aún estaba vivo y yo era feliz a su lado.
Después de dudar, respiré profundo y pasé a la primera página, allí estaba en grandes letras su título: “Insomnia”. Los ojos se me llenaron de lágrimas y avergonzada de no continuar, lancé el libro al otro lado de la habitación. Era una idiota y sensible que no podía seguir con la vida que él hubiera aprovechado. Levanté la vista para dar evidencia del daño. Sus páginas estaban por todos lados y al verlas sentí un escalofrío. Me dio miedo no sólo ver las páginas, sino entre ellas un sobre desgastado y amarillo por el paso del tiempo. Era la letra de Miguel, que claramente decía: Adriana.
¿Quién putas era Adriana? La rabia me vino de abajo hacia arriba en una alta dosis de caliente cosquilleo y fuerte respiración. Corrí a tomar la carta y examinar su contenido. A simple vista la hoja tenía su firma y la fecha era de un año antes de su muerte. Era simple, casual y con palabras de cariño. Era para su amante, la cual nunca pude confirmar pero sospechaba de su existencia. La verdadera musa de sus relatos estaba frente a mis ojos y mientras leía ese poema tan erótico, sincero y lleno de amor, me sentí abandonada. Miguel nunca fue para mí, sino para Adriana. La felicidad que me dio era sólo un reflejo de su culpa por traicionarme. Cerré la habitación con cuidado. - Como si Miguel fuera a notar que estuve allí.- Las lágrimas me acompañaban como costras saladas y lucían un aire de heridas de guerra. La casa estaba a oscuras, la noche era el único huésped y no ayudaba a la circunstancias. ¿Qué podía hacer? El idiota ya estaba muerto y el paradero de la tal Adriana, saber cuál sería. Mi único destino podía ser la muerte, ya fuera deliberada o que el paso del tiempo decidiera. Ya en la cocina tomé el cuchillo más grande y filoso, cerré los ojos.
La lluvia tomó un giro violento y se irritó por mi destino, lanzó un trueno que me levantó del sueño. Miguel roncaba a mi lado, como un pequeño motor, ajeno a mi situación. Me llevé las manos al rostro, tenía una mezcla de lágrimas y sudor. Le pedí a Dios. Aunque no fuera creyente de toda esa porquería de interpretación de sueños.
Señor. Estoy arrepentida por ese sueño, él nunca me engañaría y aún le falta muchos años por vivir y envejecer a mi lado. Escúchame Señor, lo lamento.
Luego de percinarme, salí a fumar un glorioso cigarro, pensando en el triunfo de mi destino. Miguel no estaba muerto. Fue sólo un sueño. Y mucho menos me engañaría, si se la pasaba todo el día en el estudio.
Mientras el humo se mezclaba con mi cuerpo y me tranquilizaba las entrañas, jadeaba un poco por el susto que recorrían los sucesos una y otra vez. La lluvia parecía regresar a su estado tranquilo e inofensivo que incluso era posible conversar con ella. Desde el otro lado de la calle, un par de vagabundos ignoraban mi existencia y desconocían la lluvia, las casas con familias y el resto de las porquerías que necesitamos. No soy ninguna santa o dada al voluntariado pero algo me dijo que ayudara a esos cuasi humanos. La tienda de la vuelta seguía abierta y tenía un par de billetes en la chaqueta, que quizás usaría para más cigarros o algún otro gusto. Era una especie de pago de la deuda con Dios y la no muerte de Miguel.
Durante el regreso a casa, los vagabundos ya contaban con provisión para una de las contadas cenas de su vida y a unos pocos pasos cerca de la puerta, escuché un ruido del otro lado. ¿Cómo es posible? Necesitaba ayuda, pero me quedé helada al ver, no un ladrón, sino a Miguel. Claramente con la ropa que había usado en el día, iba a paso rápido y me observó a lo lejos sin reconocerme. Salía de la casa y por la esquina de la cuadra se acercaba al buzón para depositar algo. Yo seguía atrás de los arbustos oliendo sólo parte de su cuerpo y loción en el ambiente, que sólo la usaba para ocasiones o más bien necesidades sexuales en nuestra cama. Se regresó sigilosamente y suficientes minutos después entré a la habitación para verlo roncar de forma incoherente. Está fingiendo el imbécil.
Llegué a la cama con tantas cosas en mi mente, la imagen de Miguel saliendo por la noche y yo con la carta en mis manos, que con un poco de astucia logré rescatar. ¿Sigue siendo un sueño? El sueño resultó un poco largo y bastante real. Bajo la luz de la luna la compañía de su ser y la carta sin abrir que sólo me restregaba ese nombre: Adriana, me perturbaban. Esperé el momento oportuno para despertar pero no llegó, poco a poco el amanecer cumplió con la tarea de sustituir la oscuridad y mi eterna paciencia se elevaba para partir de la habitación. Tenía que actuar.
Miguel permanecía dormido. Convencida, ahora sí, de que el sueño me había dado una señal bastante clara de lo que iba a suceder, proseguí con el ritual. Abrí la carta y la misma sólo tenía unas indicaciones formales de su último libro. Era una estafa. La hice pedazos y molesta de mis dudas, me sentí reina de lo ridículo. Respeté su beso de buenos días y amé la forma en que me abrazó por detrás un buen momento. Sus aventuras en mi piel, las consideré casi perfectas y reales.
Al salir por fin soy feliz, ese sueño, la carta, su muerte son sólo superficie cotidiana, con una pizca de aburrimiento. Recuerdo que no tengo las llaves del auto y regreso sigilosamente para molestar un poco a Miguel. Detrás del estudio sólo escucho su conversación: “Si mi cielo, ella no sabe nada”. Es inevitable, ya ni siquiera siento nada.
Enciendo un cigarro para calmarme, recuerdo el cuchillo de la cocina y tengo ganas de saludarlo, lo abrazo con seguridad y me dirijo al estudio. Llamo a Miguel y al salir allí está listo para morir. ¿Para qué acabar con mi vida? Para mí él ya está muerto. Hoy, solo vive en mis recuerdos; tiempos mozos de aventuras, casi perfectas, cerca de ser reales…
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